Tras el #Desastre


Revista Abanico Ed.6
Sección: Con Permiso
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Conozco el cantón San Vicente de la provincia de Manabí desde hace más de 15 años, así como la parroquia rural de Canoa. Los he visto crecer, desarrollarse, retrasarse, destruirse y reconstruirse. Utilicé las gabarras para ir a Bahía de Caráquez y en febrero de este año fue la última vez que cruce por su nuevo puente llamado Los Caras. 

Vi desde lejos el desarrollo arbitrario de Bahía de Caráquez mientras San Vicente permanecía relegado, luego vi construir su malecón y destruirse con el terremoto de 1998. Pasé muchos días en Canoa cuando era un poblado pequeño, vi su crecimiento desorganizado hasta convertirse obligado en algo parecido a Montañita. Conocí su playa antes que el terremoto del 98 la trasforme completamente desnivelándola, y transité por la maltrecha vía que unía estas dos poblaciones un sin número de veces y que ahora es una verdadera autopista digna de nuestro país.


A las afuera de San Vicente existe un lugar llamado El Charco, donde se puede disfrutar de una playa tranquila. Pero desde hace algunos años, este lugar ha sido invadido por volquetas que cargan arena de mar y se las llevan a varios destinos. En un inicio no sabía con qué propósito lo hacían, luego supe que iban dirigidas a la construcción en poblaciones cercanas. Entendí que para ahorrar, mezclaban el cemento con arena de mar. Nadie recordaba el terremoto del 98, nadie sospechaba que otro podría venir en cualquier momento. Nadie hacía ni decía nada, yo únicamente podía contar diariamente más de veinte volquetas llevarse arena de mar. 

Al conocer que el epicentro del terremoto de Abril fue en Pedernales y que zonas de Manabí estaban
colapsadas, inmediatamente vino a mi mente San Vicente y Canoa, en especial el primero ya que tenía a familiares viviendo ahí. El saber que el 80% de Canoa estaba destruido me impactó, pero no tardé mucho en comprender el por qué. Aparte del uso de arena de mar como mezcla, uno podía darse cuenta a simple vista de la falta de control en la construcción en estos lugares. No es necesario tener un PhD en arquitectura o ingeniería civil para ver lo mal construido que estaban muchas edificaciones, peor aún otras que por su precariedad no se la podía considerar como tales. 

En los noticieros nada se decía sobre este tema, la gente no comentaba nada. Entre las conversaciones
familiares nadie hacía hincapié en este gran detalle hasta que algunas voces conocidas empezaron a decirlo, incluso varios días después hasta el presidente de la república. Leí el artículo de Mario Vásconez (1) sobre el tema, escuché a Hugo Yépez y leí un artículo que hablaba sobre las construcciones con arena de mar (2).


Mi pregunta es: ¿Será que ahora sí los encargados civiles y políticos harán cumplir las normas básicas
de construcción, en especial las sísmicas? Espero que sí, sino ¿hasta cuándo? Sabemos en dónde vivimos, no debería sorprendernos este tipo de fenómenos que no son extraños para nosotros. Leía hace poco un viejo artículo del Telegraph (3) británico sobre la capacidad de preparación que tiene Japón para enfrentar los movimientos telúricos. Según este artículo, Japón es el país mejor preparado para enfrentar terremotos y tsunamis. Los niños japoneses están acostumbrados a los sismos ya que realizan simulacros de terremotos cada mes, ellos saben cómo actuar ante un sismo. Algunos incluso son llevados por los bomberos a simuladores para que sientan lo que es un temblor y se familiaricen con el movimiento. Las escuelas de dos pisos o más tienen toboganes de escape en caso de un desastre. Tan es así la cosa que en las grabaciones del terremoto de 2011 podemos ver a niños actuando con tranquilidad y luego caminando a sus casas protegidos con sus cascos, que los tienen listos para cualquier eventualidad. 

Y otra vez pregunto ¿Acaso no podemos imitar esto en nuestro país? Cuando sucedió el terremoto, estuve junto a niños que no sabían cómo actuar ni lo que pasaba, a pesar de que esto debería ser parte de nuestra cultura desde que somos pequeños. Es más, muchos adultos jóvenes y mayores tampoco saben bien qué hacer en caso de terremotos. Estos eventos telúricos no están en nuestro mapa mental porque usualmente aquí "no pasa nada". ¿Y cuando pasan? Corremos, gritamos, rezamos, lloramos, nos inmovilizamos... Todo antes que "mantener la calma", lección número uno ante cualquier catástrofe natural. ¿Qué nos enseñan en las escuelas y colegios? 

Y luego del desastre empezó el desfile de las redes sociales y sus participantes. Todos con un consejo, una fotografía, un chiste tosco, un cuento politiquero, una alarma, una infamia, una especulación. Hay que aclarar que las redes sociales y el chismorreo no son fuentes oficiales y cada persona debe hacer consciencia del uso que les dé a éstas. La propaganda de partidario su oponentes del estado tampoco es una fuente fidedigna, así como la opinión de una sola persona afectada, ésta no es la realidad de miles que habitan junto a ella. Ya lo vivimos con el Cotopaxi, pero sucede otra vez con el terremoto: los falsos rumores, el engaño, la treta. Como comentamos en nuestra sección Tips, una de las recomendaciones de la prefectura de Aichi en Japón es hacer caso al conductor del tren cuando da las instrucciones. ¿Seremos capaces de lograr esto en nuestro país? Claro que lo podemos lograr, pero si iniciamos desde ahora. Basta de los negativismos, de los "uuuu hasta que eso pase yo ya me he de morir"

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