La #Batalla del #Panecillo 1812


Revista Abanico Ed.4
Sección: El Bargueño

Relato encontrado al iniciar la reconstrucción de una vivienda en el casco colonial de Quito. A pesar del deterioro del documento, se pudo reescribirlo con la ayuda de un reconocido paleógrafo. Para una mejor comprensión se lo ha adaptado al lenguaje de nuestra época.

Escribo estas líneas para dejar constancia de lo que está ocurriendo en la ciudad de Quito a diez días del mes de febrero de 1812. He decidido hacerlo para que si alguien encuentra este papel pueda conocer lo que realmente pasó antes que los españoles tomaran nuevamente el control y acabaran con nuestros ideales de libertad.

La historia siempre la escriben los vencedores, pero esta vez no será así. Los que sabíamos lo que ocurriría la noche y mañana del 9 y 10 de agosto de 1809 nos habíamos preparado con mucha antelación y entrega. No éramos improvisados y todo lo que planificamos lo habíamos revisado y confirmado una y otra vez. De ahí el enojo de Cañizares cuando algunos de nuestros compañeros quisieron desfallecer. No olvidaré nunca esa arenga que quedó fundida en el corazón de todos.


Esa mañana nos recibió con un cielo azul como sólo Quito lo tiene, vi despedirse a Ante para cumplir su misión de informar a Urriez que era relevado de sus funciones por la Junta Soberana de Gobierno. Ojala este momento sea inmortalizado en la posteridad, lo que estábamos haciendo era algo impensable, atrevido, pero sucedió. Nuestros nervios estaban de punta, pero prestos para cualquier desenlace. Supe después que Salinas se adhería a nuestra causa, dándome un gran alivio.

Quisimos compartir nuestra victoria y sueño con ciudades hermanas, pero de ellas sólo recibimos regaños, muchas nos acusaron de rebelión y enviaron fuerzas militares contra nosotros. ¡Qué pesar saber que Guayaquil, Pasto y la entrañable Popayán nos daban las espaldas!


Con esto iniciaron nuestros problemas, Guerrero y Matheu que era nuestro presidente negoció la rendición con Ruiz de Castilla, pidió que no se tomen represalias, pero todo quedó en nada. Inició la persecución y con ella los apresamientos y atropellos. El temor nos consumía, meses de incertidumbre siguieron, muchos logramos resguardarnos en casas de amigos, otros salieron de la ciudad, pero muchos se quedaron y fueron apresados, no vivieron para contarlo. La matanza fue atroz y desleal.

Al ver esto la sangre nos hervía y decidimos luchar con lo poco o nada que teníamos. Las batallas en las calles eran brutales, con cuchillos, con palos, a mordiscos, peleábamos siempre en desventaja, dos contra cinco, luego cinco contra quince, pero los manteníamos a raya. Los panameños, limeños y santafereños que componían el ejército realista mataban sin distinción con sus bayonetas a quienes se cruzaban por su camino. Aun así, nuestra ira no mermaba y asustados retrocedieron a las afueras, lo mismo hicieron sus autoridades que empezaron a compartir el gobierno lamentablemente aún presididos por Ruiz de Castilla.


El tiempo pasó, siempre en guardia, atentos ante cualquier ataque español hasta que la presidencia fue tomada por el Obispo Cuero y Caicedo. A pesar que este gran prelado estaba a la cabeza, las ciudades vecinas seguían siendo hostiles a la causa, acorralados decidimos dar guerra a muerte a España.

El mayor enemigo que teníamos estaba en Cuenca, de esta ciudad salían todas las órdenes para acabarnos y terminar nuestros pensamientos libertarios. De Guayaquil provenían las armas llegadas del Virreinato de Lima, armas que destrozaban a mujeres y niños. Latacunga nos apoyaba en todo, no tanto Ambato y Riobamba. Guaranda era en su totalidad enemiga de Quito, mientras que Ibarra y Pasto a escondidas trabajaban para ayudarnos.


Éramos una isla en medio del continente, rodeada de enemigos internos y externos. Cualquiera hubiera desfallecido al sentir esta presión, pero los quiteños tenemos una fuerza oculta que nadie más la tiene.

Quien tome esto en sus manos se preguntará, ¿con que combatíamos? Los dos primeros años con lo poco que rescatábamos en las refriegas, algunos fusiles, sables, pistolas y lanzas. Con utensilios de nuestros hogares, con palos, con cuchillos, con navajas. El primer cañón que pisó nuestra ciudad fue utilizado para derrumbar la pared que dividía el Cuartel de los limeños y el de los santafereños por donde ingresaron las tropas realista y masacraron a nuestros valientes compañeros. A partir de ese momento rescatábamos todo lo que podíamos y reparábamos los viejos arcabuces y mosquetes. Gracias a la fábrica de pólvora en Latacunga podíamos cargar nuestras armas, armas de un ejército fabricado con retazos, pero más valeroso que cualquier europeo.


Los españoles temerosos como eran y lo son, traían cada vez más soldados y los asentaban en el sur, trajeron incluso a un veterano de la guerra contra Napoleón, Montes. Por las noches nos alegrábamos al verlos tan asustados que necesitaban de un gran general para acabar con unos cuantos patriotas mal aprovisionados y aislados. Nos engrandecía, nos daba aliento para seguir persiguiendo nuestro fin.

Siempre recordábamos a los caídos y a la hora de sus muertes permanecíamos en silencio. El día de construir nuestros propios cañones llegó, un inglés afín a nuestra causa fue quien nos propuso hacerlos. Las grandes campanas, las herramientas en los trapiches, el menaje de cocina, los apeos de cabalgar tenían bronce y de ellos sacamos el material. Un buen muchacho de casa noble llegó a presentarnos un pequeño modelo de cañón de campaña, de él tomamos el diseño y la fábrica empezó a funcionar. ¿Dónde la hicimos funcionar? Pues en Chillo, dónde Selva Alegre, era increíble ver llegar al lugar toda clase de cosas que contenían bronce y luego admirarlas transformadas en culebrinas, cañones regulares, pedreros y morteros, más de cuarenta piezas en total. Pero no podíamos quedarnos ahí, ellos vendrían con todo y nosotros les esperaríamos con sorpresas.


La reunión fue corta, en ella un experto en pirotecnia nos contó sobre su último invento. Era una especie de cohete volador con garfios de hierro envenenados. Cada hombre lo llevaría como pieza de artillería, pero lo dispararía con la mano o con un artificio portátil. Sorprendente el ingenio que el ser humano tiene y sólo lo explota en los momentos más extremos. Otro invento fueron las granadas arrojadizas de mano o cuerda fundidas en bronce con puntas afiladas. Nada de esto se iguala a la entrega del pueblo quiteño para armar cartuchos para fusil. No existía papel en Quito, todo se lo usaba para envoltorio, las casas y las familias no descansaban para hacerlos, niños, ancianos, mujeres trabajan hasta el agotamiento. Todo lo que llevaba plomo era convertido en balas.

Los días pasaban y no parecía que los ejércitos realistas pretendan atacarnos. No íbamos a esperar, saldríamos a enfrentarles. Contabilizamos más de dos mil hombres, unos ochocientos fusiles, escopetas, palos, machetes, cuchillos. Poca caballería y unos cuantos escuadrones. El primer paso, llegar a Guaranda. Allá fuimos, otro grupo se movilizaría para el Azuay. Llegamos sin mayor inconveniente a Guaranda y logramos hacer retroceder al enemigo. Sin embargo cometimos un grave error. No seguir empujando a los realistas hacía atrás, nos detuvimos, recogimos todo lo que encontramos y nos replegamos. No sé qué nos sucedió, la emoción de la contienda, los nervios, la victoria. No lo sé. Lo más duro fue conocer que en Azogues se cometió el mismo error, replegarse ante la huida de los españoles. Nuestras acciones dieron brío a los ejércitos realistas para contraatacarnos.


Nuestros líderes se enfrascaron en contiendas internas y tomaron decisiones muchas veces poco acertadas. Los dos ejércitos pudimos abatir a los españoles en Guaranda, pero dudamos, otra vez nuestras cabezas se contradecían, planificaban con errores que nos costaron caros. En Mocha decidimos detenernos y enfrentarlos. Conocíamos que al mando estaban Aymerich y Montes. El nerviosismo cundió en la tropa, no teníamos la mente sosegada, aun así los hicimos retroceder. Un cañonazo casi certero de Riofrío por poco arrebata la vida de Montes, se salva de milagro. Perdemos nuestra posición y con ella muchos pertrechos y armas. Retrocedemos hasta Machachi.

Mucho nos ayudaron en Latacunga cuando los realistas avanzaron por esas tierras para llegar a nosotros. La guerra de guerrillas era un arma infalible que supo utilizar Matheu para atacar a los españoles, pero no le dimos la importancia necesaria y la relegamos a un segundo plano. La traición, compañera de siempre de la raza humana, nos jugó una mala pasada. Andrés Salvador, ferviente realista informó a Montes un camino alterno para llegar a nuestro ubicación, la quebrada de Jalupana. Montes no llegó donde nosotros, sino que hábilmente se dirigió a Chillogallo para tomarnos por la retaguardia. Llegó la desesperación a nuestras filas y abandonamos la posición, una vez más perdiendo mucho en armamento y logística, nos fuimos para atrincherarnos en Quito.

Montufar organizó la defensa de la ciudad y decidió ocupar el Panecillo, desde donde podríamos vigilar el avance de Montes, además en este lugar existía un pequeño fortín provisto de municiones de guerra. Dispuso que una parte se estacione en San Sebastián, otra en La Magdalena y sólo para hacer bulto un grupo de ciudadanos en el mismo Panecillo. Ortiz sería el encargado de dirigir a la milicia ciudadana. Fui a San Sebastián.


Montes envió furioso una nota a Montufar desde sucuartel en el Puente del Calzado, nos daba tres horas para rendirnos. Montufar y el pueblo quiteño más ingenioso, le respondimos que tenía dos para abandonar la ciudad y el territorio. Montes planificó su ataque por varios días, tiempo suficiente para que nosotros convirtamos a la ciudad en una fortaleza. Larrea ayudaba con los arreglos a viejos fusiles, los balcones eran tapados con colchones que servían como trinchera aéreas. Las calles las cubrimos con piedras para frenar cualquier avance. Se repartieron granadas, pistolas, cohetes de anzuelo y se hicieron huecos entre las paredes de distintas edificaciones para mantener una comunicación fluida. El 7 de noviembre Montes apareció con su ejército. Lo colocó fuera del alcance de los cañones. Envió a una unidad por el Machángara y otra al Arco de la Magdalena, la tercera unidad permaneció en su sitio. Logramos vencer a las dos unidades sin mayor dificultad, nuestros ingeniosos inventos les tomaron por sorpresa.

La tercera unidad española entra en acción y sube directamente al Panecillo, Ortiz intenta disparar sus cañones, pero la pendiente casi perpendicular hace que esto sea inútil, en poco tiempo el teniente Jáuregui con sus tropas milicianas de Cuenca enarbola el estandarte realista en la cima. El pobre Ortiz y su gente salieron huyendo por el flanco con vista a la ciudad. Intentamos ayudarlos, pero la distancia era mucha. De nada sirvió todos nuestros preparativos, creo que nadie pensó que el Panecillo podía ser tomado. Montufar sorprendido retrocede a la Plaza de la Merced e inicia un ataque para intentar destrozar el fortín del Panecillo. De nada sirvió. Pudimos retomarel fortín, asediarlo, pero nadie se atrevió, no supimos manejar nuestros recursos, nuestros ímpetus. Éramos uno bobos que no teníamos ni pies ni cabeza.

Todo lo habíamos hecho con valentía, pero no con serenidad y estrategia. Uno de nuestros líderes dio la voz de retirada y esta se regó por la ciudad como un terremoto. Nadie quería ser tomado como prisionero y que toda la ira española caiga sobre la ciudad. Muchos desertaron, todo sabandonaba la ciudad rumbo a Otavalo e Ibarra. Yo me quedé en Quito y me acomodé en la casa de un antiguo amigo. Aquí es donde escribo esta historia verídica de lo que desde el año de 1809 se convirtió en nuestra vida. Teníamos noticias de un tal Bolívar que hacía lo mismo en su tierra, pensábamos si tal vez alguna vez se unirían nuestras fuerzas y lograríamos lo soñado. Por el momento me encontraré con Montufar y veré que podemos hacer. No dejaremos que nuestros anhelos desaparezcan, derramaremos hasta la última gota de sangre por Quito, por nuestra tierra para librarnos de una vez por todas del yugo español.

Artículo histórico novelesco con información del folleto de la Municipalidad de Quito Lectura Popular, La Batalla del Panecillo 7 Noviembre de 1812, Antecedentes de la Batalla del Pichincha 24 de Mayo de 1822, arreglado por Luciano Andrade Marín, 1954.

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