Una #Hacienda en 1793


Revista Abanico Ed.5
Sección: El Bargueño
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Visita una hacienda a finales del siglo XVII. En la biblioteca del Ministerio de Cultura y Patrimonio de Ibarra nos encontramos con unos documentos muy interesantes.

La mañana del jueves diez de enero de mil setecientos noventa y tres se levantó temprano. Mojó su rostro con agua fresca, aseó un poco su cuerpo con la ayudade un pedazo de lino y se vistió. Se puso sus pantalones muy estrechos de punto y las botas altas. Su camisa era blanca y de cuello vuelto, se cubrió con una casaca de color oscuro. Por el apuro no comió nada, cogió su chambergo y salió. Se encaminó por calles cubiertas de polvo, calles que lo llevarían a los términos y jurisdicción de la Villa de San Miguel de Ibarra. Se dirigía a la hacienda de Santiago, tenía que acompañar al señor doctor don Mariano Xacome de Estrada y Montanero de la Santa Cruzada, para la entrega de dicha hacienda, gobierno espiritual y económico del Monasterio de la Monjas Conceptas de dicha villa. Xacome era el vicario juez eclesiástico del asiento de San Luis de Otavalo y Juez Comisionado por el Venerable Deán y Cabildo en sede vacante de la ciudad de San Francisco de Quito. Debía entregarla a la Reverenda Madre Mariana de San Antonio, Abadesa electa de dicho Monasterio.

Arribó al lugar y saludó con Xacome, la madre Mariana se acercó y saludó con los dos hombres, con su voz santa les manifestó que por consentimiento de la Reverenda madre Juana de San Javier se proceda a la entrega e inventario de la hacienda a Pablo de Almeyda, mayordomo del lugar, y nombrado por la Abadesa para que reciba todo en calidad de administrador.

Al poco rato apareció Pablo vestido a la usanza del campo, pantalones y poncho, un viejo pero bien cuidado sombrero le cubría la cabeza. La villa tenía un clima benigno, pero cuando el sol despuntaba era mejor resguardarse. Los tres hombres y la madre esperaban que llegue el notario con su ayuda, algo había retrasado su arribo. El hombre miraba de reojo a la hacienda, podía observar una casa de trapiche y pailas cubiertas de paja sobre paredes de cangagua. El ruido de voces llamó su atención, era el notario y su ayuda que llevaba consigo pluma, papel y tinta para redactar el acta de la entrega e inventario.

La salutación fue fugaz, ordenó a su ayuda que empiece a redactar y este con mano prolija y buena caligrafía empezó su tarea. En la hacienda de Santiago jurisdicción de San Miguel de Ibarra en diez...

Todos se acercaron a la casa que antes había visto el hombre tenía dos puertas de tabla, a la entrada
aldabón chapa y llave, dentro de dicha casa de pailas un cuarto que sirve de melera, cubierto de teja a media agua. La cubierta de madera y teja estaba deteriorada apunto de hundirse. El notario recitaba lo que veía mientras su ayuda anotaba lo que oía y veía. La puerta del cuarto estaba quebrada y forrada en cuero con cerrojo y chapa y llave, en el suelo estaban cinco pailas de poner miel, cuatro grandes y una pequeña y dos piloncitos de piedra para batir barro.


Inspeccionaron el trapiche de bueyes armado y corriente de toda la madera con cuatro masas de bronce embutidas en sus almas de madera cada una con una sortija de bronce, la una masa y suela con un diente de fierro. El notario sedio cuenta que faltaba un diente de bronce y preguntó a Pablo, este supo responderle que se hallaba en poder del pailero Fernando Seballos quien se halla obligado a fundir nuevamente por haber salido dicha masa con el defecto de dicho diente. El ayuda continuaba escribiendo los ítems, tres reposaderas de piedra, tres dichas más quebradas en el bordo de las pailas que sirven para recoger cachazas. Empezaron a contabilizar todos los utensilios entre ellos una paila grande decobre vieja y las orejas quebradas con peso de cuatro arrobas, una fibra con la suciedad y el tizne, otra dicha decobre muy vieja con un agujero con peso de arrobas y diez libras con la suciedad y el tizne. Otra paila pequeña de bronce rota e inservible con peso de once libras con la suciedad y el tizne, treinta y siete hormas de barro buenas para beneficiar azúcar y treinta tarrillos de lo mismo, veintiún moldes de madera buenos para hacer raspadura y cuatro viejísimos inservibles. Una piedra de enfriar miel para hacer alfeñiques.

Las horas iban pasando y el trabajo continuaba, la madre recogía los aparejos botados y los acomodaba mientras los hombres recorrían el lugar. Pablo se limitaba a mirar y hablaba muy poco, salvo cuando el notario le preguntaba algo. Xacome y el hombre permanecían alejados un poco del grupo. Puesto su chambergo moreno el hombre podía ver otra casa, esta era grande de buena cubierta de paja sobre paredes de cangagua, en su corredor había cinco pilares de madera sobre basas de piedra con un soberado de carrizos sobre magueyes. Sus puertas eran de tabla con dos armellas de fierro con su ventana.


El grupo se dirigió al alambique, una casa vieja cubierta de paja de caña con su puerta de madera forrada en cuero con dos armellas. Pablo se sentó en un horno y dijo que el Fondo de Bronce con remiendo sirve de alambique, el notario decidió no pesarle, pero si pesó la nueva copa de cobre del alambique, pesaba catorce y media libras. Posteriormente visitaron otra casa que servía para guardar los aperos del campo. Dentro encontraron diez y seis angarillas de acarear cañas, siete yugos de arar, dos pilones uno grande y otro pequeño, un almud de madera de dar raciones, cuatro pieles de res buenas y una de picar carne, veinticuatro zurrones buenos, los catorce para aguardiente y los diez para mieles, ocho costales de cabuyas, los cinco buenos, los tres inservibles, diez y seis cabestros decargar caña.

Continuaron por el patio cercado y vieron una campana pequeña con su lengüeta de fierro. Pasaron junto a la huerta y pudieron oler la alfalfa, la cebolla, algunos árboles frutales. Pasaron a revisar las herramientas, ocho barras viejas, diez y nueve palas de fierro viejísimas y rotas, tres rejas, una sierra, tres hachas, un cenicero, una chapa vieja y dos llaves de loba con un peso de tres arrobas trece y media libras. Contabilizaron treinta y cinco bueyes de arada y moledores, de estos los diez y seis nuevos, dos toros y los demás viejísimos que sirven para cebarlos. Había veintiséis burros machos y hembras incluso una cría, tres mulas viejísimas con una de silla ciega


A lo lejos vieron asomarse un grupo de gente, eran los esclavos, a la cabeza iba el negro Jacinto García de cuarenta años, quien era el capitán. Jacinto empezó a nombrar a los suyos. Josefa Recalde era viuda y tenía más o menos sesenta y dos años por su aspecto. Su nieta era María del Carmen de veinte años y soltera. Su bisnieta, hija de María se llamaba María Gregoria de dos o tres años. José Carabalí de ochenta años según su aspecto, ciego inservible. Vicente García tenia cuarenta y seis años según su aspecto y su mujer se llamaba Sebastiana Carabalí de treinta años. Sus hijos eran María Liberta de once años más o menos, María Anastasia de ocho años y María Pascuala de cinco años y medio. Estaban también María Micaela de tres meses, Diego Carabalí de setenta años, María Carabalí de sesenta años más o menos enfermiza, Xavier Carabalí de setenta años y su mujer Rosa Grijalvade la misma edad. Lorenzo Carabalí de cuarenta años casado con libre, Alexandra García casada con libre de edad treinta años. Galinquieta tiene por sus hijas a María Antonia de nueve años y María Mercedes de tres años. Agustín García era viudo de ochenta años. Narcisa Buga era también viuda de cuarenta años y tenía por hijo a Mariano Congo de diecisiete años. Apolinario García de veintisiete años, su mujer Petrona García de veinticuatro años tiene por su hija a María Isabel de un año dos meses.

Con esto el ayuda del notario acabo su trabajo. Sebastiana se acercó con un poco de agua y sirvió para apaciguar la sed de todos los ahí presentes. El hombrese bebió de un trago el agua, pero hubiera preferido la botija de aguardiente resacado que había visto unos momentos atrás. Su tarea también había concluido, y se despidió de todos para regresar a su casa.

Tiempo después se enteraría que el notario, Luis García Valdés también había realizado el inventario de las haciendas Yacucalle y Cochicaranque del Monasterio de las Monjas de la Limpia Concepción de la Villa de Ibarra. Se enteró que el Vicario había designado a Nicolás Zervantes como perito para que mida los cañaverales de la hacienda Santiago, fiel y legalmentes incolusión ni fraude. La medición produjo como resultado que Santiago tenia treinta y una cuadra medio solar y siento veinte varas de área de cañaverales.

Nota: En bastardilla texto extraído textualmente de los documentos originales.

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